Mis hermanos, hoy el tiempo devocional está dedicado a la reflexión a través de esta lectura anecdótica que nos lleva a meditar en nuestra reacción a la Palabra de Dios, qué clase de oidores somos y qué efectos positivos está causando la Palabra en mi vida y mi familia

  1. Léala
  2. Coméntela con todos los miembros de su familia y reflexionen sobre ella
  3.  Anote las conclusiones que salen de sus comentarios y reflexiones
  4. Terminen orando y dándole gracias a Dios, y a la vez disponiendo su corazón a los cambios que Dios quiere hacer en su vida y su familia.

ESTA PARÁBOLA SE DIRIGE REALMENTE A DOS CLASES DE PERSONAS.

  1.  A los que oyen la Palabra.

Si tomamos esta parábola como una advertencia a los oyentes, quiere decir que hay diferentes maneras de recibir la Palabra de Dios, y que el fruto que produzca dependerá del corazón del que la reciba. La suerte de cualquier palabra hablada depende del oidor. Como se suele decir, «el éxito de un chiste no depende de la lengua del que lo cuenta, sino del oído del que lo oye.» Un chiste será un éxito si se le dice a una persona que tiene sentido del humor y está de humor para escucharlo. Será un fracaso si se le cuenta a una criatura sin humor y que está decidida a no verle la gracia. ¿Quiénes son los oidores a los que se describe y advierte en esta parábola?

A: Tenemos al oidor de mente cerrada. No tiene la Palabra más posibilidad de introducirse en la mente de algunas personas que la semilla que ha caído en un sendero endurecido por muchos pares de pies de penetrar en la tierra. Hay muchas cosas que pueden cerrar la mente de una persona. Los prejuicios pueden hacer que uno esté ciego a todo lo que no quiera ver. El espíritu que se niega a aprender puede levantar una barrera que no se pueda sobrepasar ni eliminar. Este espíritu puede proceder de dos cosas. Puede ser la consecuencia del orgullo que no quiere reconocer que necesita aprender; o del miedo a toda nueva verdad y el rechazo a aventurarse por el camino del pensamiento. A veces un carácter inmoral y la forma de vida de una persona pueden cerrarle la mente. Puede que haya una verdad que condene las cosas que ama, y que denuncie las cosas que hace; y muchos se niegan a escuchar o a reconocer la verdad que los condena, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.

B. Tenemos al oidor de mente tan superficial como el terreno que apenas cubre la roca. Es la persona que se niega a pensarse las cosas por sí y en serio.Algunas personas están a merced de las novedades. Recogen lo que sea sin pensárselo un momento, y lo dejan igual. Tienen que estar siempre a la moda. Empiezan cualquier pasatiempo nuevo o a adquirir alguna nueva técnica con entusiasmo, pero en cuanto les presenta la más mínima dificultad o simplemente se enfrían lo abandonan. Las vidas de algunas personas están llenas de restos de cosas que empezaron y que no terminaron. Se puede ser así con la Palabra. Cuando uno la oye, se entusiasma; pero no se puede vivir de emociones pasajeras. Tenemos una mente, y la obligación moral de usarla y de tener una fe inteligente. El Cristianismo tiene sus exigencias, y hay que mirarlas de frente antes de aceptarlas. El ofrecimiento cristiano no es solo un privilegio, sino también una responsabilidad. Un entusiasmo repentino puede convertirse en cenizas tan rápidamente como un fuego moribundo.

C. Tenemos al oidor con tantos intereses en la vida que a menudo no le queda espacio para las cosas más importantes. Es característico de la vida moderna que cada vez se llena más y va más deprisa. Se está demasiado ocupado para orar; tan preocupado con muchas cosas que se olvida de estudiar la Palabra de Dios; se puede estar tan metido en juntas y comités y empresas y planes que no le dejan tiempo a uno para Aquel de Quien proceden el amor y el servicio. Los negocios le pueden tener a uno tan acogotado que está demasiado cansado para pensar en ninguna otra cosa. No son las cosas manifiestamente malas las más peligrosas en este sentido. Muchas veces son cosas buenas, pero «lo bueno es siempre el enemigo de lo mejor» No es que uno destierre deliberadamente de su vida la oración y el estudio de la Palabra de Dios y la iglesia; puede que piense en estas cosas con frecuencia y trate de tener tiempo para ellas; pero, por lo que sea, nunca dispone de él en su abarrotada vida. Debemos tener cuidado de no desplazar a Cristo del lugar supremo que Le corresponde (Apc.2.4 “has dejado tu primer amor”)

D.Tenemos al oidor que es como la buena tierra. Recibe la Palabra en cuatro etapas. Tiene mente abierta. Siempre está dispuesto a aprender. Está listo para oír. No es demasiado orgulloso, ni está demasiado ocupado para escuchar. Muchos se habrían ahorrado muchos quebraderos de cabeza y de corazón si se hubieran detenido a escuchar la voz de un amigo sensato o de Dios. Entiende. Se lo ha pensado y sabe lo que quiere decir para él, y está preparado a aceptarlo. Traduce la audición en acción

2.A los que predican la Palabra

A. Cuando alguien siembra la Palabra, no sabe el efecto que está haciendo la semilla. (ver Historia de H. L. Gee del viejito Thomás)

B.Cuando uno siembra, no puede esperar resultados rápidos. La, naturaleza no tiene prisa en sus crecimientos (2Tm.2. 7; Snt.5.7-8)

HISTORIA ANECDÓTICA

Cuando alguien siembra la Palabra, no sabe el efecto que está haciendo la semilla. H. L. Gee cuenta lo siguiente. En la iglesia de la que era miembro había un anciano solitario, el viejo Thomas. Había sobrevivido a todos sus amigos, y ya casi nadie le conocía. Cuando murió, Gee tenía la impresión de que no iría nadie al entierro, así que decidió ir él para que hubiera por lo menos uno que acompañara al viejecillo a su última morada en la tierra.No fue nadie más, y hacía un tiempo frío y desapacible. El funeral llegó al cementerio; y a la puerta había un soldado esperando. Era un oficial, pero no llevaba galones en la bocamanga ni en los hombros. Estuvo cerca de la tumba para la ceremonia; y cuando terminó se acercó hasta el borde y le brindó un saludo militar digno de un rey. H. L. Gee se retiró con el soldado; y, cuando iban andando, el viento abrió el abrigo del militar mostrando las estrellas de general de brigada. El general le contó a Gee: » Usted tal vez estará preguntándose qué estoy yo haciendo aquí. Hace años Thomas era mi profesor de escuela dominical. Yo era un chico difícil, y se lo hacía pasar muy mal. Él no supo nunca lo mucho que había hecho por mí; pero yo le debo todo lo que soy o llegaré a ser al viejo Thomas, y hoy tenía que venir a saludarle al fin» Thomas no supo nunca el resultado de su siembra. Ningún predicador o maestro lo sabe nunca. Nuestra misión es sembrar la semilla, y dejarle a Dios el resto. Eso es lo que enseña Isaías 55.11 “así será mi palabra que sale de mi boca;  no volverá a mí vacía,  sino que hará lo que yo quiero,  y será prosperada en aquello para que la envié”.

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